Juan Pablo II dijo que era una pena "cruel e innecesaria" y Benedicto XVI innovó hablando de “justicia restituida”
El papa Francisco, en el mensaje de la XLIX Jornada Mundial de la Paz que se celebrará el próximo primero de enero, dijo en el contexto del Jubileo de la Misericordia: “deseo renovar el llamamiento a las autoridades estatales para abolir la pena de muerte allí donde está todavía en vigor, y considerar la posibilidad de una amnistía”.
El papa Francisco, en el mensaje de la XLIX Jornada Mundial de la Paz que se celebrará el próximo primero de enero, dijo en el contexto del Jubileo de la Misericordia: “deseo renovar el llamamiento a las autoridades estatales para abolir la pena de muerte allí donde está todavía en vigor, y considerar la posibilidad de una amnistía”.
El Papa justifica su petición hecha pública la semana pasada, para que “los Estados” durante el Año Santo cumplan “gestos concretos, actos de valentía para con las personas más frágiles de su sociedad, como los encarcelados, los emigrantes, los desempleados y los enfermos”.
Por lo que se refiere a los detenidos, aseguró que “en muchos casos es urgente que se adopten medidas concretas para mejorar las condiciones de vida en las cárceles, con una atención especial para quienes están detenidos en espera de juicio”.
Asimismo, el pontífice pide que haya una “finalidad reeducativa de la sanción penal y evaluando la posibilidad de introducir en las legislaciones nacionales penas alternativas a la prisión”.
La pena de muerte es una preocupación del papa Bergoglio, y está en una línea de continuidad con sus predecesores, san Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Al respecto, apenas cinco días después de su discurso al Congreso de EEUU donde pidió la abolición de la pena capital en el país que más la práctica junto a China e Irán, y sin importar su apelo directo, en el Estado de Georgia, ejecutaron después de 70 años a Kelly Gissendaner.
Sin embargo, hay buenas noticias sobre el tema. “Desde los años 70, los países que no usan más la pena capital han aumentado en 7 veces, eran 20, hoy son más de 150”, dijo Mario Marazziti, autor del libro Desde Caín hasta el Califato, hacía un mundo sin pena de muerte, Life, presentado este martes 22 de diciembre en Roma a un grupo de periodistas.
El también portavoz de la Comunidad de San Egidio, inspirado en una visita al campo de concentración de Auschwitz en Polonia, contó algunos testimonios reales de personas condenadas a la pena capital que definió como “el arte de vivir cuando hay poca vida” esperando el momento de la inyección o la silla eléctrica.
Testimonio desde el brazo de la muerte
En un episodio muy humano, Marazziti contó sobre la carta de un condenado a muerte a un amigo en la distancia que decía así: “Te cuento la historia de la estrella marina -es noche casi alba- alguien camina hacia el ocaso en la línea del sol y ve que uno salta y luego se agacha”.
“Era un hombre- continuó- que recoge una estrella marina y la bota al mar. ¿por qué lo haces?, le pregunta el otro. ‘Porque si no, muere’. –’Pero si la playa tiene 160 metros de longitud. ¿Qué valor tiene? No puedes salvar todas las estrellas’… Ves amigo –escribe en su carta antes de morir- tú eres como ese que toma esa estrella marina y la bota al mar. Tu amistad me ha salvado la vida. No se puede salvar a todos. Pero tu amistad ha sido una salvación”.
Existe una continuidad en el discurso de los papas en defensa de la vida y en querer salvar a todos los condenados.
Benedicto XVI
Benedicto XVI, al final de la Segunda Asamblea Sinodal para África, del Sínodo de los Obispos que se llevó a cabo en octubre de 2009 en Roma, aprobó la “petición para la abolición de la pena de muerte”.
Al respecto, en la exhortación apostólica Africae Munus, el papa Ratzinger decía que los agentes de pastoral tienen la tarea de estudiar y proponer “la justicia restitutiva como un medio y un proceso para favorecer la reconciliación, la justicia, y la paz, así como la reinserción en las comunidades de las víctimas y de los delincuentes”.
Juan Pablo II
Juan Pablo II afrontó en diferentes ocasiones el tema. En 1998, pidió que se llegara a una moratoria internacional de las ejecuciones, precisamente, acogiendo la propuesta de la Comunidad de San Egidio y de otras voces de la Iglesia.
El papa Wojtyla en 2001, en el tradicional mensaje en ocasión de la Jornada Mundial de la Paz en enero, denunció lo que llamó una “trágica espiral de muerte” que incluye “homicidios, suicidios, abortos, eutanasia”, como también, el “encarcelamiento arbitrario, recurso absolutamente innecesario a la pena de muerte”.
El Papa polaco le dirigió el 3 de febrero de 2000 un mensaje al entonces presidente estadounidense Bill Clinton sobre el derecho y no le tembló la mano para llamar la atención sobre temas delicados como la pena de muerte, el aborto y la eutanasia.
Y defendió el derecho a que el reo pueda redimirse, porque la pena de muerte “quita definitivamente” esta posibilidad.
El año anterior en diciembre, Juan Pablo II había pedido un “consenso internacional para la abolición de la pena de muerte”, además porque hoy el Estado dispone de otros medios para reprimir eficazmente el crimen.
En el marco de su viaje a EEUU, el 27 de enero de 1999, en el estadio de St Louis, Missouri, ante un público de 100.000 personas, el Papa aseguró que “la pena de muerte es cruel y no es necesaria, y esto vale para los que han hecho mucho mal”. Así invitó a los católicos a comprometerse por la vida.
Y en México, en enero de 1999, en la basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, Juan Pablo II le rezó a la patona de América por la vida y la protección de la misma “desde la concepción hasta la muerte natural”.
Luego pidió “nunca más terrorismo y narcotráfico, nunca más tortura y pena de muerte”.
Por lo que se refiere a los detenidos, aseguró que “en muchos casos es urgente que se adopten medidas concretas para mejorar las condiciones de vida en las cárceles, con una atención especial para quienes están detenidos en espera de juicio”.
Asimismo, el pontífice pide que haya una “finalidad reeducativa de la sanción penal y evaluando la posibilidad de introducir en las legislaciones nacionales penas alternativas a la prisión”.
La pena de muerte es una preocupación del papa Bergoglio, y está en una línea de continuidad con sus predecesores, san Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Al respecto, apenas cinco días después de su discurso al Congreso de EEUU donde pidió la abolición de la pena capital en el país que más la práctica junto a China e Irán, y sin importar su apelo directo, en el Estado de Georgia, ejecutaron después de 70 años a Kelly Gissendaner.
Sin embargo, hay buenas noticias sobre el tema. “Desde los años 70, los países que no usan más la pena capital han aumentado en 7 veces, eran 20, hoy son más de 150”, dijo Mario Marazziti, autor del libro Desde Caín hasta el Califato, hacía un mundo sin pena de muerte, Life, presentado este martes 22 de diciembre en Roma a un grupo de periodistas.
El también portavoz de la Comunidad de San Egidio, inspirado en una visita al campo de concentración de Auschwitz en Polonia, contó algunos testimonios reales de personas condenadas a la pena capital que definió como “el arte de vivir cuando hay poca vida” esperando el momento de la inyección o la silla eléctrica.
Testimonio desde el brazo de la muerte
En un episodio muy humano, Marazziti contó sobre la carta de un condenado a muerte a un amigo en la distancia que decía así: “Te cuento la historia de la estrella marina -es noche casi alba- alguien camina hacia el ocaso en la línea del sol y ve que uno salta y luego se agacha”.
“Era un hombre- continuó- que recoge una estrella marina y la bota al mar. ¿por qué lo haces?, le pregunta el otro. ‘Porque si no, muere’. –’Pero si la playa tiene 160 metros de longitud. ¿Qué valor tiene? No puedes salvar todas las estrellas’… Ves amigo –escribe en su carta antes de morir- tú eres como ese que toma esa estrella marina y la bota al mar. Tu amistad me ha salvado la vida. No se puede salvar a todos. Pero tu amistad ha sido una salvación”.
Existe una continuidad en el discurso de los papas en defensa de la vida y en querer salvar a todos los condenados.
Benedicto XVI
Benedicto XVI, al final de la Segunda Asamblea Sinodal para África, del Sínodo de los Obispos que se llevó a cabo en octubre de 2009 en Roma, aprobó la “petición para la abolición de la pena de muerte”.
Al respecto, en la exhortación apostólica Africae Munus, el papa Ratzinger decía que los agentes de pastoral tienen la tarea de estudiar y proponer “la justicia restitutiva como un medio y un proceso para favorecer la reconciliación, la justicia, y la paz, así como la reinserción en las comunidades de las víctimas y de los delincuentes”.
Juan Pablo II
Juan Pablo II afrontó en diferentes ocasiones el tema. En 1998, pidió que se llegara a una moratoria internacional de las ejecuciones, precisamente, acogiendo la propuesta de la Comunidad de San Egidio y de otras voces de la Iglesia.
El papa Wojtyla en 2001, en el tradicional mensaje en ocasión de la Jornada Mundial de la Paz en enero, denunció lo que llamó una “trágica espiral de muerte” que incluye “homicidios, suicidios, abortos, eutanasia”, como también, el “encarcelamiento arbitrario, recurso absolutamente innecesario a la pena de muerte”.
El Papa polaco le dirigió el 3 de febrero de 2000 un mensaje al entonces presidente estadounidense Bill Clinton sobre el derecho y no le tembló la mano para llamar la atención sobre temas delicados como la pena de muerte, el aborto y la eutanasia.
Y defendió el derecho a que el reo pueda redimirse, porque la pena de muerte “quita definitivamente” esta posibilidad.
El año anterior en diciembre, Juan Pablo II había pedido un “consenso internacional para la abolición de la pena de muerte”, además porque hoy el Estado dispone de otros medios para reprimir eficazmente el crimen.
En el marco de su viaje a EEUU, el 27 de enero de 1999, en el estadio de St Louis, Missouri, ante un público de 100.000 personas, el Papa aseguró que “la pena de muerte es cruel y no es necesaria, y esto vale para los que han hecho mucho mal”. Así invitó a los católicos a comprometerse por la vida.
Y en México, en enero de 1999, en la basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, Juan Pablo II le rezó a la patona de América por la vida y la protección de la misma “desde la concepción hasta la muerte natural”.
Luego pidió “nunca más terrorismo y narcotráfico, nunca más tortura y pena de muerte”.
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